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TRANS PERSONA es un viaje a través de la identidad trans y su trasfondo espiritual. Una reflexión sobre lo permanente más allá del vehículo vital que es el cuerpo y la delgada línea que lo separa del espíritu cuando una persona salta al vacío como parte del viaje más lejano e imprevisible que se puede realizar: abandonar la identidad de género otorgada desde el exterior.  A través de esta fusión única de elementos visuales, la exposición celebra la diversidad, la autoaceptación y la conexión espiritual que trasciende las barreras de género y el dogma religioso.

 

Las imágenes giran en torno al colectivo trans en su acepción más amplia, incluyendo los llamados géneros no binarios o genderqueer, personas con una identidad que no se ajusta al binarismo de género, ya que su identidad no se percibe totalmente masculina o femenina.

El concepto de persona (del latín persōna, ‘máscara del actor’, ‘personaje teatral’, es principalmente filosófico, aunque también en sociología y psicología se expresa como la singularidad de cada individuo de la especie humana, en contraposición al concepto filosófico de «naturaleza humana» que aborda lo supuestamente común que hay en ellos.

 

Carlos Escolástico ha creado una obra formada por quince imágenes, impresas sobre aluminio dorado en pequeño formato (20 x 20 cm) lo que le confiere un carácter íntimo y delicado que requiere del espectador pararse a observar cómo la luz queda atrapada en el metal de forma enigmática. En los retratos las personas aparecen vestidas de negro sobre un fondo dorado. Esta combinación aporta una uniformidad estética que es el hilo conductor de las imágenes al tiempo que sirve como símbolo de la transformación interna que acompaña el viaje que llevan a cabo las personas trans. Representa la búsqueda de la verdad, la aceptación y la transcendencia de las limitaciones impuestas por la sociedad.

Las líneas y formas de los iconos bizantinos se retuercen y desdibujan en esta exposición. Los colores, en lugar de iluminar, crean un juego sutil de sombras que insinúan la presencia de lo sagrado. Estos íconos reinterpretados actúan como puertas a lo desconocido, donde la espiritualidad se vuelve más un susurro que un grito. El contraste de los tonos dorados y la impresión sobre el frío aluminio crean una enigmática danza perceptiva que evoca estas pinturas antiguas sin imitarlas.