En el Cascamorras el color negro es el protagonista. El color negro se asocia en occidente con el luto pero también con la espiritualidad y a menudo con la elegancia.
Sin excepción todas las sociedades que se conocen, desde las fases más remotas de la existencia hasta la actualidad, han practicado alguna forma de pintura corporal independientemente de la zona del planeta en la que hayan habitado.
En algunas regiones del mundo como Australia, las islas del Océano Pacífico o algunas zonas de África, como las colinas del Nuba sudanés; en algunas tribus del sureste, los colores de las pinturas y los peinados indican la edad de los hombres. Desde la India hasta el Magreb, las mujeres practican una forma de pintura corporal más duradera con henna, a menudo con ocasión de celebraciones religiosas o matrimonios. Pero el cuerpo «desnudo» y pintado, además de considerarse un signo de «salvajismo», resultaba inaceptable para unos criterios de «pudor» marcados por el puritanismo pseudoreligioso. En sentido contrario, muchas tribus, consideraron a los misioneros europeos «personas estúpidas», precisamente porque no se pintaban.
Es fácil deducir por tanto que la decoración del cuerpo (eso sí, según criterios y pautas diferentes) es un rasgo universal de las culturas humanas. Es como si hubiera algo genético que nos induce al uso de la pintura sobre el cuerpo.
Entre las funciones de la pintura está la «disimulación» del individuo, su adscripción a un universo simbólico general de diversos planos: parentesco, antepasados, seres sobrenaturales… Un aspecto en el que podemos advertir su semejanza y complementariedad con la máscara. Pero también entre las razones que dieron origen a la pintura corporal tenemos las pinturas de guerra para impresionar al enemigo, el embellecimiento, las visitas, la expresión de estados de ánimo, la «venganza de sangre» (represalia de un grupo contra otro previamente agresor), la protección de la piel (contra el sol o los insectos), la pintura para asegurar buen tiempo antes de la navegación de canales, la recuperación de una persona enferma, la pintura durante el canto de canciones (sin otro propósito conocido), el entretenimiento y la celebración de la aparición de los primeros huevos de aves en primavera, las señales de reconocimiento de rango en la propia tribu, el camuflaje para la caza, el cambio de identidad, la entrada en un nuevo grupo social, la definición de posición en un ritual, el ornamento o la seducción, Indicar la edad, celebraciones religiosas, etc.
En el Cascamorras, el origen parece ser una mezcla de religión y divertimento, pues aunque la leyenda hable de una disputa por la talla de una virgen, el reto de cruzar el pueblo sin mancharse parece obedecer más a un divertimento que a una solución real al conflicto. Lo que me llama poderosamente la atención es el arraigo tan fuerte de lo que originalmente parece ser poco más que una broma (manchar a alguien) lo cual me lleva a imaginar razones más poderosas que provocan que lo que empieza como una broma se acabe convirtiendo en una seña de identidad de toda una comarca. ¿Hay algo en ese acto de pintarse que conecta al hombre con esa especie de código genético dormido que se activa al contacto con la pintura? ¿Conecta el hecho de pintarse no solo con algunas de las razones antes expuestas sino con todas ellas? Aunque en apariencia la fiesta es pura diversión, a cualquier bastetano que le preguntes se pondrá serio para afirmar sin vacilar y mirándote a los ojos: “no es sólo una fiesta”. Y llevan razón, porque seguramente también es un cambio de identidad, un ritual, una preparación para la guerra, un camuflaje, una sanación, un ornamento, etc. y todo ello aunque los participantes ni siquiera sean conscientes de ello (ni falta que les hace, porque quién necesita saber si pueden sentir)
Formas y color sobre nuestra piel, han sido utilizados desde hace mucho tiempo atrás, con características especiales que al parecer se niegan a desaparecer en el tiempo, puede que los lenguajes cambien pero los temas aún son muy similares, como si nuestro instinto no olvidara la primera impresión que tuvo al reconocer el medio ambiente que lo rodeaba, un lugar lleno de formas y color, que dejaron una huella imborrable en nuestra memoria genética, la cual es aún símbolo de nuestra identificación e indiscutiblemente una manifestación estética que nos continua regocijando y en muchos casos asombrando.
En el caso del Cascamorras es especialmente significativo el color elegido: el negro. Evocador de la noche y del caos primordial, simboliza la nada que todo lo ocupa. Es el color del universo. Al pintarse de negro uno desaparece y reaparece formando parte de un gran todo compuesto no solo por las miles de personas que participan en la fiesta sino por el universo entero. Hay un trasfondo espiritual en el color negro que impregna la fiesta.