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Hoy quiero hablar del cuerpo

A menudo se habla hoy de cómo la tecnología nos está destrozando la vida, cómo las redes sociales nos vuelven más vanidosos, más miedosos o más agresivos. Se nos olvida que el ser humano, así en general, como si fuera solo uno, es experto desde que existe en asumir las tecnologías, implantarlas en su vida y convertirse en su esclavo a cambio de un cierto grado de comodidad y, sobretodo, de seguridad.

 

El fuego nos hizo sedentarios y cambió para siempre nuestra forma de comer. Ahora no hay ser humano que no cocine los alimentos y tras miles de años el hombre difícilmente podría sobrevivir comiendo exclusivamente animales o vegetales crudos, pero en su momento estoy seguro que causaría no pocas enfermedades. El sedentarismo nos trajo una lista infinita de dolencias que todos asumimos con más menos resignación. Ni siquiera consideramos que haya otro tipo de vida que no sea vivir de forma permanente en un lugar. Nuestra máxima distancia para recolectar nuestra comida es al supermercado. Gracias al dinero, inventazo donde los haya, podemos hacer que otros recolecten por nosotros e incluso que nos lo traigan a la puerta de casa. ¿Esto es bueno para el cuerpo? Pues que le pregunten a nuestras arterias obstruidas de colesterol. ¿Nos ha traído ventajas? Indudablemente sí. Pero el tema no es ese, el tema es lo fácil que los seres humanos aceptamos las innovaciones y cerramos los ojos a sus desventajas. Abrazamos ciegamente lo nuevo y minimizamos su impacto negativo como si no hubiera un punto intermedio en el que lo nuevo pudiera ser utilizado sin que lo nuevo te utilice a ti.

 

Otra de las tecnologías que más nos ha cambiado la vida es la ropa. Si, la ropa es una tecnología. Ahora no lo parece, pero la primera vez que alguien utilizó la piel de un animal para confeccionarse un abrigo fue una innovación sin precedentes. Esa innovación fue rápidamente asimilada, imitada y perfeccionada. Las ventajas no daban pie a discusión alguna. La protección de ir vestido y la posibilidad de mantener la temperatura corporal sin depender de una cueva supuso un cambio del que ahora no creo que seamos conscientes. Una segunda consecuencia estaba por llegar, en aquel momento probablemente se percibió también como una ventaja: la posibilidad de ocultarse. El vestido trajo consigo la privacidad a nivel corporal. El cuerpo, casi entero, pasó a ser territorio privado. En los climas fríos más que en los cálidos, por supuesto, pero los habitantes de los climas fríos ya se encargarían de exportar el pudor y las innegables ventajas de la protección de la piel en todos los sentidos. La seguridad como brújula, una vez más. Cuesta más demostrar que dejar demostrarnos haya traído también desventajas. Cuando a un niño se le hace avergonzarse por estar desnudo, asume que el cuerpo es algo vergonzoso. Recordemos que la vergüenza es un sentimiento de culpabilidad por haber hecho daño a alguien. En este caso el daño es mostrarse uno mismo como es. Tal cual has sido creado de forma totalmente involuntaria. El cuerpo como un pecado original asociado a otro pecado no menos original: el sexo. Desnudez y deseo unidos en santo matrimonio a lo largo de los siglos de evolución del pensamiento humano, bendecido hoy por las redes sociales digitales. Genitales lanzados al otro lado de las alambradas, tras las líneas rojas que avisan de lo innegociable socialmente ya sea de manera física o virtual, especialmente esta última. Exposición comisariada por un algoritmo caprichoso heredero de la pureza moral más rígida. Corsé que a todos nos incomoda, pero que resignadamente aceptamos  ante la abrumadora falta de opciones. Ante el aplastante monopolio comunicativo digital necesitamos crear nuevos canales de comunicación donde podamos re-humanizar el cuerpo y “desvergonzarlo”. Desculpabilizarlo sacándolo de canales alternativos y llevándolo a lo público. Por obvio que suene, recordemos que si hay algo que al todos los seres nos une, más allá de tramposos velos mentales, es el hecho de ser dueños, gobernadores, dioses, de este trillón de átomos al que llamamos cuerpo. Gobernémoslo en democracia, lo demás vendrá solo.