CAPÍTULO I
Hola, mi nombre es Güero, más conocido como El Vaquero Güero, nacido en Cerro Bueno hace hoy 99 años y hermano del legendario Bony Denver. Les voy a contar la curiosa y sorprendente historia sobre cómo nuestro pueblo vecino nos arrebató nuestras tierras y posteriormente conseguimos recuperarlas. Historia de la cual fuí el único testigo y que por tanto me veo oblidado a escribir para que el mundo tenga constancia cuando yo no esté.
Tengo que empezar diciendo que nací ciego. Tendría yo 10 años cuando un extranjero vino al pueblo y me me habló de un invento llamado fotografía. Era una caja de madera pesada y de un tamaño considerable. Con mucha ayuda y buena voluntad por parte del extraño conseguí hacer una foto de mi hermana pequeña, Ponette. Lógicamente yo no podía ver el resultado, pero para mí se convirtió en un pequeño tesoro. Sabía que mi hermana estaba allí y sólo tenía que «mirar» el papel para «verla» tal y como yo la recordaba en el momento de tomar la foto. Me gustaba tocar aquel papel un poco áspero por un lado pero muy suave por el lado donde estaba la imagen. Descubrí que podía enseñar la imagen y ésta contaba a los demás como era mi hermana. De alguna forma aquello creó una memoria de imágenes en mi. No podía ver, ni siquiera sabía lo que era una imagen, pero aquel trozo de papel era mi recuerdo visual. Me obsesioné con la idea hasta el punto de llegar a fabricar, con mucha paciencia y algo de ayuda, una rudimentaria cámara fotográfica que a partir de ese momento cargaba a todas partes fotografiando a mis vecinos. Con unas sencillas reglas les colocaba en el punto en el que aparecerían centrados y enfocados. Luego hablaba con ellos para conseguir el gesto que buscaba. Si quería recordarles sonrientes les contaba una historia divertida. Si quería recordarles serios les hacía hablar sobre algún tema grave. Mi instinto me hacía buscar ese momento, entre una palabra y otra, esa décima de silencio en la cual la que la persona miraba hacia donde yo estaba, confiados porque yo no podía verles, y en ese instante yo apretaba el disparador. Todos me alababan por la naturalidad de mis retratos lo cual me hizo muy popular y creo que aquello fue la razón por la que me nombraron alcalde.
CAPÍTULO II
Cerro Bueno había sido fundado unos 200 años atrás por los primeros buscadores de oro. Las minas nunca produjeron grandes fortunas pues no era un gran yacimiento, pero con trabajo constante y tesón, un grupo de pioneros había conseguido poder vivir con cierto desahogo económico y en paz con los pueblos vecinos. Pero durante la crisis de 1890 todo empezó a escasear y así los habitantes del colindante Valle Eterno decidieron que sus vecinos deberían de compartir sus riquezas. Resolvieron invadir nuestro territorio. En su corta existencia El Cerro nunca había tenido mucho que defender así nunca necesitaron un ejército ni armas. Esta falta de previsión hizo que tuvieramos que ante el ataque tuviéramos queabandonar nuestras tierras y refugiarnos en el Soto del Alamo durante más de un año. Nuestros vecinos eran muy superiores en número y en armas por lo que los sucesivos intentos de recuperar nuestra tierra se habían saldado invariablemente con un buen número de bajas en nuestro bando. El desánimo se había apoderado de nosotros. En el Soto no había ninguna veta minera que explotar y la agricultura apenas daba para llenar los estómagos que empezaban a zurrir de desesperación.
Uno de los primeros días de otoño, habíamos convocado una asamblea para volver a tratar el único punto que nos quitaba el sueño: recuperar nuestras casas. Habíamos tenido ya demasiadas reuniones como aquella. Asustados por las numerosas bajas que había dejado nuestro último ataque, lo único que hacíamos era hablar y hablar sin alcanzar ninguna solución, seguramente por que no había una. Pero aquel día, ocurrió algo que rompió la rutina. Apareció de repente, como caído del cielo, Bony Denver. Bony era hermano mio, pero había tenido que abandonar el pueblo perseguido por un padre a cuya hija había deshonrado. Por otro lado su excentricismo le convertía en alguien incómodo, de forma que nadie le había echado de menos en los casi dos años que habían transcurrido desde el incidente. Todos nos quedamos muy sorprendidos al verle. Mi alegría inicial de saber de su vuelta dió paso a un cierto recelo al recordar el aspecto y el caracter extravagante de mi hermano. No era alguien querido en el pueblo y en seguida pude escuchar los cuchiceos respecto a su imagen o sobre cómo se creía tocado por la mano de Dios.
Pensé que estos años le habrían cambiado pero mi esperanza rápidamente devino en vergüenza ajena al escucharle hablar. No podía dar crédito: decía tener la solución a todos nuestros problemas. Seguía siendo el mismo perturbado mesiánico y extravagante. Creía que simplemente era el mismo loco de siempre pero no, esta vez era peor. Su propuesta me hizo sudar de sonrojo y querer borrar para siempre mi apellido. Bony Denver proponía librarnos de los invasores a cambio de la recompensa más descabellada que ningún ser humano había escuchado nunca: pedía que una vez liberado, el pueblo le entregara a todas sus hijas vírgenes. Bony juró por Dios que nos devolverían nuestras tierras, pero se negó a explicar cómo iba a conseguirlo. Por supuesto no solo no le hicieron caso sino que le hecharon a palos de donde estábamos reunidos. En ese momento me alegré de no poder ver aunque esa alegría no consiguió contrarrestar la tristeza de tener un hermano así. Desde luego nadie consideró siquiera la propuesta pero poco a poco las existencias se fueron agotando y el crudo invierno se fue instalando. No había nada que comer y la desesperación sumada al zurrir de nuestros estómagos hizo que finalmente pusiéramos nuestro destino en manos de un músico ambulante.
CAPÍTULO III
El Jinete de La Noche y yo fuimos los encargados de buscarle para comunicarle nuestra decisión. Nos dirigimos a su caravana con la cabeza baja, avergonzados de lo que estábamos a punto de hacer. Nos abrió la puerta su mujer, Amalia. Yo dije «Hola» pero El Jinete se quedó mudo, lo cual puso en marcha mi intuición de fotógrafo ciego y me llevó a disparar a la puerta con mi cámara. En aquella foto aparecería luego una adolescente de unos 14 años con la mirada perdida y la piel de terciopelo. Estaba desnuda y el pelo largo le cubría las tetas, nada más. Entre tartamudeos El Jinete preguntó por el señor Denver. La chica quedó en silencio al menos un minuto, sin contestar. Sentí un escalofrio, no sabía que estaba pasando. Tampoco El Jinete reaccionaba y eso que él si que podía ver. Sin llegar a decir nada la muchacha se volvió y cerró la puerta que unos segundos después volvió a abrirse mostrando a un Bony Denver somnoliento que sin intercambiar saludos nos espetó:
“ La liberación será el día 28 de este mes (estábamos en diciembre), a las 08.30 de la mañana, ni un minuto antes ni un minuto después. Ese día a esa hora vendréis conmigo al Cerro, todos cerraréis los ojos y dejaréis de respirar durante un minuto. Después podréis volver a vuestras casas en Cerro Bueno y me entregaréis a vuestras hijas. Todavía estáis a tiempo de echaros atrás, pero si aceptáis el trato tenéis que estar seguros de ir a cumplirlo, nadie puede abrir los ojos o respirar durante el minuto que irá desde 08.30 a las 08.31 de la mañana del día 28 de diciembre, de lo contrario moriréis todos.”
Dicho lo cual cerró la puerta. El cabrón nisiquiera me había saludado después de casi dos años sin vernos. No me sorprendió pero si que me dolió. Había oído todo tipo de leyendas sobre Bony y sabía que la gente siempre exagera, que les encanta decorar la realidad y crear monstruos. Pero esto superaba con creces la peor idea que pudiera haberme hecho sobre él. No era un degenerado, simplemente estaba loco. Mi desánimo no podía ser mayor. No obstante la situación era crítica . Pensé que de cualquier forma mi hermano no iba a conseguir recuperar nada y decidí que no quedaba más remedio que intentarlo. No había nada que perder, solo sería un estúpido juego, durante un minuto y luego todo seguiría igual. El pueblo no tendría que entregar a sus hijas porque nada iba a cambiar. Sería tan sólo una anécdota más en aquel mar de sufrimiento en el que estábamos sumidos.
Volver al Álamo y contar la propuesta me hizo sentir todavía más ridículo. Aquella idea en boca de Bony Denver sonaba absurda pero aún estaba justificada dentro de su mundo estrafalario y sin sentido, pero explicada allí a mis vecinos, sonaba simplemente grotesca. No obstante la desesperación era tal que acabaron cediendo ante el aplastante peso del “no hay nada que perder”.
CAPÍTULO IV
Llegó el día 28 de diciembre. Bony Denver apareció acompañado de su mujer la cual vestía únicamente con una bata de seda estilo japonés. Hizo que le siguiéramos hacia el Cerro.
«No hace falta que traigáis armas» dijo. «Sólo a vuestras hijas para el pago».
La mañana era tan gélida que el sol apenas alcanzaba a proyectar un sucio y plomizo resplandor sobre nuestras cabezas. Poco antes de las 08.30 llegamos al pueblo que curiosamente estaba desierto lo que nos hizo alumbrar una pequeña esperanza. Quizás Bony Denver había conseguido que los invasores se marcharan mediante algún arma secreta, un engaño o incluso un hechizo. A estas alturas todo parecía factible. Pero nuestros ánimos se congelaron en el frío matutino al llegar a la plaza y ver que allí estaban nuestros enemigos, esperándonos armados hasta los dientes. Nos sentimos confusos. ¿Cómo pudieron saber que atacaríamos justo ese día y a esa hora? Sin duda tenía que haber algún traidor entre nosotros.
– “Malditos hijos de puta” – gritó un vecino – “Al menos decidnos quien nos ha traicionado”.
Hubo una carcajada general entre los invasores.
«¡Seréis estúpidos!» – gritó uno de los que nos esperaban- «¿Es que no veis quién os ha traído hasta aquí?»
Se hizo el silencio entre nosotros mientras dirigíamos nuestra miradas (los que podían ver) hacia el traidor. Sentí la sangre hervir en mis mejillas. No podía ser. Conocía a Bony desde que nació. Sabía que podía estar loco, pero aniquilar a todo el pueblo donde nació parecía una broma demasiado macabra incluso para él. Pero pensándolo una segunda vez me vino a la cabeza la idea de un Bony Denver planeando una venganza contra el pueblo que tan mal le había tratado. ¿Podría tener sentido?
«¡¡¡Hijo de puta!!!» – Ahuyó de desesperación, casi llorando, uno de nuestros vecinos – «Te vamos matar a palos y les vamos a dar tus vísceras a los lagartos y después vamos a matar a los lagartos para que no quede rastro de tu maldad. ¿Cómo has podido hacernos esto?»
Bony Denver se refugió detrás de su mujer y desde allí gritó:
«Son las ocho y veintinueve. Es el momento. Haced lo que os he dicho o moriréis todos.»
«Maldito cabrón» volvió a gritar el mismo vecino de antes. «Encima quiere que cerremos los ojos para que nuestros enemigos puedan acabar con nosotros sin resistencia. No en vano es hoy el día de los Santos Inocentes.»
Apenas faltaban segundos para las ocho y media. Yo intentaba procesar lo que ocurría pero era tan demencial que superaba mi entendimiento. No era posible que pasara lo que estaba pasando. Algo entre tanta aberración no encajaba. Si Bony nos había traicionado y quería que nos mataran no hacía falta que nadie cerrara los ojos. Los del Valle siempre habían sido muy violentos y estaban bien armados. Estábamos en sus manos con los ojos abiertos o cerrados. El pueblo estaba confuso debatiénsose entre cerrar los ojos, atacar a los invasores o atacar a Bony Denver.
CAPÍTULO V (FINAL)
«¡Alto! ¡Haced lo que dice!» – Grité con todas mis fuerzas – «Cerrad los ojos y dejad de respirar por un minuto.»
No se porqué pero en el último segundo decidí confiar en mi hermano. No tenía ningún sentido. Pero desde algún lugar mucho más allá de la razón algo me hizo pedir a mis vecinos que hicieran lo que pedía.
El grupo se quedó atónito ante la fuerza de mi demanda pero justo en ese momento el reloj de la plaza dió dos pequeños golpecitos, indicando que eran las ocho y media. Ante la fuerza de mi petición y la falta de tiempo para pensar, y contra todo pronóstico, la gente empezó a cerrar los ojos y a aguantar la respiración. Todos menos yo, que aguanté la respiración pero que al ser ciego no creí necesario cerrar los ojos.
Lo que ocurrió a continuación no tiene ninguna explicación cientfífica ni lógica, ni siquiera humana. En el silencio absoluto que siguió a las pequeñas campanadas que marcaron las ocho y media, empecé a ver. Por primera vez en mi vida podía ver. Los primeros segundos no supe que me ocurría porque no sabía lo que era una imagen. Nunca había visto. Pero de repente lo comprendí. Aquello era ver. Entendí de golpe lo que la gente decía sobre la luz, sobre los colores, sobre las sombras. Pero mi asombro no había hecho más que comenzar porque la primera imagen que se estaba proyectando en mi cerebro estaba haciendo que me planteara si realmente aquello estaba ocurriendo o era alguna alucinación.
Amalia, la mujer de Bony Denver, se había quitado el sencillo abornoz chinesco que la cubría y avanzaba, desnuda, hacia el centro de la plaza donde se encontraban nuestros enemigos que la miraban entre divertidos y confusos. Al llegar al centro se quedó parada y asombrado comprobé como sus muslos empezaban a teñirse de rojo. Pensé que alguien le había disparado y estaba herida pero al obserbar más atentamente pude darme cuenta que la sangre manaba de su sexo. Me llevó unos segundos comprender que se trataba de su menstruación. Sangraba abundantemente y la sangre se deslizaba piernas abajo, tiñendo de rojo su piel piel bronceada, deslizándose en delgados hilos, como pequeñas culebras encarnadas que serpenteaban por sus piernas hasta llegar al suelo.
Eran los primeros segundos de visión de los que disfrutaba en mi vida pero algo me decía que por mucho que viviera difícilmente volvería a contemplar algo tan impactante. Pero me equivocaba, lo más atroz estaba por llegar. De repente, todos nuestros enemigos, que habían pasado del jolgorio a la estupefacción, pasaron de la estupefacción al sueño eterno. Uno por uno, sin poder apartar los ojos de la impactante visión, fueron cayendo al suelo, sin vida. Se iban desplomando sin razón aparente, como si fueran marionetas a las que les hubieran cortado los hilos. Como si entraran en un sueño repentino. En pocos segundos yacieron todos en el suelo, con una expresión tranquila que podría haber hecho pensar que estaban plácidamente durmiendo, pero la tensión en el ambiente no dejaba duda. La plaza estaba cubierta de cadáveres.
Entonces Bony Denver, se acercó a su mujer por detrás y le colocó el albornoz sobre los hombros. La joven se desplomó en sus brazos. Exhausta. Poco a poco mis vecinos volvieron a respirar y fueron abriendo los ojos para descubrir el dantesco espectáculo. En el centro de la plaza el loco de Denver, con su mujer en brazos, medio desvanecida. Tras ellos la plaza del pueblo llena de cadáveres. El silencio que era aplastante. Nadie había visto nada excepto yo pero aún así no sabría explicar lo que había pasado. La traumática visión de los cientos de cadáveres hizo que nadie se atreviera a preguntar. Ni entonces ni nunca.
Costó mucho tiempo empezar a reaccionar, aunque creo que aún hoy en día niguno de los allí presentes se ha recuperado del todo. Poco a poco, en silencio, empezamos a movernos. A retirar los cadáveres. A volver a nuestras casas por fin. Pero también a cumplir nuestra parte del trato. Bony Denver se marchó del pueblo en su caravana, con todas las niñas y jóvenes sin casar que había en el pueblo. El impacto por lo ocurrido hizo que nadie se plantease nisiquiera protestar. La gente estaba tan conmocionada que cuando les dije que por fin podía ver, apenas se sorprendieron. Todo lo más que recibí fueron algunas tibias felicitaciones.
La perturbación me hizo guardar silencio sobre lo que había visto. Nadie volvió nunca a hablar de lo ocurrido. Hoy, que cumplo 99 años, he pensado que era hora de contarlo, aunque se que poca gente me creerá, sobre todo porque todos los que estaban allí lo negarán. Pero lo cierto es que esta fue la verdadera y sorprendente historia sobre como perdimos Cerro Bueno y volvimos a recuperarlo, perdiendo por el camino a nuestras hijas y alimentando la leyenda de Bony Denver.