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Se cumple ahora un año desde mi visita a Kuala Lumpur para fotografiar uno de los festivales más radicales que existen en el mundo. Tanto desde el punto de vista de la fotografía como desde el de la psicología, Thaipussam es una de las experiencias más contundentes que una persona pueda experimentar.

 

 

Thaipussam woman by Carlos Escolástico

 

 

El acceso al misticismo a través del dolor es un camino que el ser humano ha explorado desde que se tiene recuerdo sin embargo para un occidental “civilizado” es probablemente difícil de entender cómo atravesarse el cuerpo con metal puede garantizar que alguien llegue a estar más cerca de sentir que formamos parte de algo más grande que nosotros mismos. Y sin embargo millones de cuerpos acuden cada año a eventos como este por todo el mundo decididos a torturar su carne con la esperanza de alcanzar un estado de conciencia más elevado. Habrá quien vea en ello una retorcida carambola psicológica para limpiar la culpa, quien jure que en realidad no es más que una extraña superstición con pretensiones de control sobre el futuro o quien simplemente lo vea como una forma de mantener una tradición anclada en el tiempo. El caso es que no se trata ni mucho menos de una práctica minoritaria sino una propuesta comúnmente aceptada por multitud religiones en todo el mundo.

 

 

 

Los devotos purifican su cuerpo desde los 48 días anteriores a través de la abstinencia, tanto sexual como gastronómica, ingiriendo comida una sola vez al día y siempre tomando consciencia de su ofrecimiento a la divinidad.

 

Los participantes parecen no solo inmunes al dolor sino también al calor. Muchos de ellos realizan los más de 12 kilómetros de peregrinación que separan Kuala Lumpur de las Batu Caves, gruta en la que se rinde adoración a Lord Murugan, el dios hindú de la guerra. Los complejos rituales de purificación se realizan a menudo a pleno sol; no se si como un plus de sufrimiento añadido o es que una vez superado el contacto con el cuerpo ya nada puede hacerles daño.

 

Thaipussam hooks by Carlos Escolástico

 

La experimentación del estado de trance viene referida a un mecanismo psicológico mediante el cual la persona se desconecta de su entorno para conectar con un estado de conciencia alterado. Para el que nunca lo haya sentido puede sonar extraño pero cuando, habiendo fotografiado desde las cuatro de la madrugada hasta las cuatro de la tarde está claro que como persona has perdido todo contacto con la realidad. Si, ya se que no es lo mismo un trance fotográfico que uno espiritual pero… bueno, quizás el resultado no sea tan distinto. En mi caso la exposición constante a imágenes de tal potencia, de alguna forma, me transportó también a mi a un universo paralelo en el que mi cuerpo se separó de mi mente dejándome ajeno al dolor y el hambre. Cualquiera que haya cargado con un equipo fotográfico completo durante horas sabrá de lo que hablo.

 

 

El objetivo principal de los peregrinos es diverso: alcanzar una mayor sabiduría, ayuda para superar las barreras que la vida impone en el día a día, expiar los pecados, salvar a un familiar enfermo… el dolor y una serie de complejos rituales que simbolizan la limpieza física y mental para partir de cero. Estos rituales van desde el sencillo transporte de una jarra de leche en la cabeza hasta el formar parte de unas aparatosas estructuras llamadas Kavadi, profusamente decoradas y que suelen incluir la imagen de alguna deidad a la que se rinde devoción. Aunque lo más habitual es que reposen sobre los hombros también hay quien reparte su peso sobre diversos ganchos que clavan directamente sobre su cuerpo.

El espectáculo es grandioso e hipnótico.

 

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Especialmente gracias Jeison Martinez,​ Munira Rohaizan​ y Shafina Sheridan​ sin los cuales este reportaje no habría sido posible.